lunedì 13 luglio 2009

DE ESTRELLAS Y DEMONIOS

1. En estos días, una amiga a la que quiero mucho me comentó que, más allá de los habituales comentarios sarcásticos sobre su transformación física, sus extrañas relaciones eróticas y el enmascaramiento de sus hijos, Michael Jackson había encarnado las carencias y crisis de su generación: la soledad, los interrogantes sobre la identidad, las (im)posibles vías de intimidad y contacto, el manejo de la ineludible vulnerabilidad. Siendo una figura pública y masificada, su búsqueda no se hizo en el recogimiento privado, sino que se volvió abierta a cualquiera, permitiéndonos, como escandalizados voyeurs y dignos jueces, señalarlo con el dedo, criticarlo, idolatrarlo o convertirlo en fantoche. Un ídolo era una vez una persona, y luego se convierte para siempre y sin vuelta atrás en una imagen pública, en un símbolo al que las multitudes adoran o vituperan. Un ídolo finalmente hace precisamente eso: encarnar ideales, carencias de individuos genéricos que los usan como íconos, amuletos, promemoria, a veces sin tener plena conciencia de qué es lo que en ellos buscan, ni de cómo haría falta buscar en su propio interior en vez de afuera: ¿qué era lo que tenían e hizo especialmente atractivos, al punto del fanatismo, Michael Jackson, Madonna, los Beatles, Marilyn, Lady Di, Evita Perón, el Che Guevara, Gandhi, Mao Tse Tung…?Me pregunto si en vez de ensañarnos con las búsquedas patéticas (en el sentido de contener pathos, sin lo cual me temo que una búsqueda verdadera tiene poco sentido: la sonrisa de placidez en las estatuas búdicas esconden años de absoluta renuncia) de unos y otros, no convendría girar el espejo hacia nuestro interior y preguntarnos cuál y qué tan apropiada pueda ser nuestra manera de lidiar con la soledad, la identidad, la sexualidad y el contacto con el mundo (o cualquier otro tema que nos parezca más cercano, probablemente peligroso).

2. En estos días, un amigo al que quiero mucho me dijo que habría que eliminar cualquier vestigio de Michael Jackson de la memoria del mundo y estuve meditando muchos días sobre ello. Entendí que el mundo probablemente sería otro muy distinto si en vez de comerse con patatas infomerciales y las historias sórdidas y truculentas de CSI Miami y 24, el público se dedicara a ver Tarkovsky, o mejor aún a leer. El ojo humano se acostumbra demasiado pronto sin hacer demasiadas distinciones críticas, y a fuerza de costumbre acrítica (desprovisto de examen y juicio) olvida sin darse cuenta siquiera, cuál era su naturaleza originaria (a menos que su naturaleza consistiera precisamente en explorar sin mayor criterio en todas partes, como un cachorro curioso que no tiene conciencia de la cercanía de la muerte). Sin embargo, pretender cristalizar una supuesta pureza original nos lleva a la idea de por sí distorsionada y anacrónica (mas no por ello caída en desuso, curiosamente) del “buen salvaje”. El morrocoy desdeña la fruta fresca por comer perrarina, seguramente menos acorde a sus necesidades y valores naturales; por eso el amo sabio y preocupado por su bienestar lo tutela y le balancea la dieta, para darle, no lo que prefiere, sino lo que le conviene. Pero no somos reptiles, ni marsupiales delirantes (como los canguros que entran a los campos de adormideras y se dan un hartazgo frenético que les hace dar vueltas en círculo como locos). Además, tengo dudas de que un exceso de pureza convenga a nadie, en cualquier caso disminuye notablemente la tolerancia y la compasión, los puros volviéndose intransigentes se alejan del género humano y eso no puede ser bueno. Después de meditarlo largamente, creo que prefiero que haya Michael Jackson y CSI Miami, y que también haya Tarkovsky; y que idealmente, en vez de eliminar lo que a unos pueda parecer nocivo, o poco interesante, trabajaría por que hubiese más instrumentos para apreciar lo que alimenta al alma y eventualmente pueda ayudar en el dificultoso trabajo de volver a casa, una y otra vez, así como (de modo contradictorio, o no) la sagrada música de las olas del mar es apreciada con mayor intensidad y empatía por quien ha estado lejos y ha escuchado otras músicas, que por el niño pescador que no ha escuchado otra cosa. Pues la historia de la humanidad es una historia de árboles, aprendizajes y caídas, y para volver a encontrar el Edén y entender lo que encierra, es necesario salir de él y errar largo tiempo por desiertos variados, a veces densamente poblados, y por ello mismo más duros de atravesar. Los demonios no están por fuera, los demonios están adentro.
3B