lunedì 27 luglio 2009

LA GRAVEDAD Y EL TEMA DE SIEMPRE

Vi un trozo de película (para que vean que la televisión sirve para algo) en que un matrimonio muy convencional, de algún suburbio subinglés, había comprado un aparato de gravedad barato, con la consecuencia de que funcionaba defectuosamente (no sé cómo se las arreglaban antes de haber comprado el artefacto): de pronto ya no había gravedad y los invitados a cenar se elevaban de sus asientos y se despidieron apresuradamente, el hombre intentando arreglar el trasto le dio unos golpes y todo se pegó a una pared, unos golpes más y todo volvió a caer al suelo. Lo que me gustó fue la idea de que la fuerza de gravedad fuera una comodidad opcional, y de calidad variable. Cuántas cosas damos por sentadas, qué fecundo ejercicio el imaginar qué sucedería en nuestras vidas sin ellas.

1. El huevo ya no se cotiza (no escribí esto ya en otro sitio?) Antes, la mujer podía escoger entre los machos que la pretendían (véase el espectacular caso de las aves del paraíso, que a pesar de lo que pueda haberse dicho en los gabinetes de curiosidades, sí tenían, y las conservan, patas); esta prerrogativa provenía del hecho de poseer un tesoro único: el huevo. El macho posee por supuesto su complemento, pero en tan gran abundancia que tanto le vale ponerlo aquí o ponerlo allá, a quien se lo acepte. Por ello el macho ponía gran cuidado en acicalarse con plumas y los más ardorosos comportamientos que convencieran a la hembra a confiarle su huevo, o más bien a aceptar sus galanterías para dedicar su huevo a mezclarse con la memoria genética de aquél.
Sin embargo, las cosas han cambiado humanamente hablando: pues el huevo tiene muy poco atractivo, por lo contrario: la presencia evidente del huevo deseoso de ser fecundado se convierte en amenaza, algo que quiere evitarse a toda costa (quizás una explicación adicional al creciente atractivo de los femeninos vientres mientras más planos mejor, aunque por otra parte no explica los aumentos desorbitados de tetas, que deberían, al menos biológicamente, llamar al amamantamiento de la cría). Habiendo perdido la hembra tal ventaja, y con el agravante de la proporción demográfica según la cual a cada hombre le tocan ocho, leyendaurbanario o no, se ve relegada a la postura de suplicante. El macho ya no debe correr tras el ansiado huevo y convencer a la hembra de mirarlo, sino que se echa cómodamente a recibir propuestas cada vez más atrevidas por parte de las ansiosas féminas, las cuales no hallan ya en qué palo ahorcarse porque los hombres que valen la pena son gay, casados (carne bastante más apreciada y sin reparos comida que la del primo) o ya fueron novios y no están dispuestos a la reincidencia (escarmentados y no les faltarán razones, pero más las suyas propias que las que achacan a ellas). Los poquísimos machos disponibles están tan solicitados por hembras dispuestas a cualquier pleitesía, que pueden cómodamente decidir qué mensajes contestan y cuáles no, agobiados por tanta solicitud, y no están para nada dispuestos a perder su grandiosamente cacareada libertad por encerrarse con una sola, no señor. Mucho mejor que sean numerosas y variadas.
Todo esto plantea nuevas dinámicas en las relaciones de pareja. Los modelos habituales de matrimonios monógamos con esposas dedicadas, dispuestas a soportar que sus maridos echaran una canita al aire de vez en cuando, se verán fortificadas, blindándose contra la presión amenazante y mucho más voluminosa de los solteros-pachás rodeados de un harén flotante y en permanente renovación, de féminas anhelantes y pan-complacientes, de cada vez mayor peligrosidad. Los comportamientos de cuaima se multiplican (engaños, manipulaciones, triquiñuelas, deshonestidades) junto a la competencia entre ellas, con lo que llegarán a desarrollar, como antaño los machos desplegaron cornamentas y abanicos caudales de vistosas plumas, abiertas batallas, quizás precisamente a punta de globulares pechos. Vistas en conjunto, las transformaciones corporales a las que se someten las hembras presionadas por la necesidad de conseguir un macho: aplanamiento de pecho y caderas, abombamiento de labios, pechos y glúteos, depilación integral, cejas depiladas y tatuadas en arcos perfectos de asombro extático, inmovilidad cerebral o mímesis de ella, apuntan a unas apetecibles muñecas inflables, que harían las delicias y tormentos del buen Wilt. Vaya por dios, con la evolución.

2. Somos, sin embargo (al menos algunos, pues esta raza es rara) unos quijotes del amor: hemos leído (y visto en el cine) tantas historias de amor que el juicio se nos ha trastornado, y queremos ver el mundo a través de esos ojos delirantes, viendo señales del destino y encuentros predestinados por doquier, negando la triste realidad de molinos y mujeres harapientas, pues nuestras fantasías iluminan con ventaja la sordidez de las relaciones pasajeras, desangeladas, sin ningún tipo de compromiso o ganas de dejarse trabajar por el amor. El trabajo interior del Quijote, fruto del universo personalísimo que le han tallado las novelas de caballería, se proyecta con tal fuerza sobre el mundo real, que éste comienza a ofrecer una perfecta correspondencia con las ideas que el buen hidalgo se ha hecho de las cosas...
Queremos creer, oh, queremos tanto creer, porque el mundo de Sancho Panza se nos hace árido y vacío, por sensato que sea. Queremos creer que hay más que la comodidad del cuerpo y la satisfacción de los impulsos fisiológicos. Queremos creer en esa chispa inexplicable que hace tender el cuerpo todo y el alma hacia el objeto del deseo, musitar su nombre secreto en sueños, donde no nos alcance la realidad terrestre, y que estremece recuerdos y certezas herméticos.
Un ejemplo conmovedor de dedicación y constancia amorosa: la historia de Kentaro que sigue cuidando a su esposa sexagenaria Toshiko, víctima de una embolia cerebral hace más de diez años. La mejoría de ella se debe a los cuidados amorosos de su marido: estimulación constante, revisión de lugares y experiencias conocidas, volver a sitios visitados, por ejemplo ir de compras (en todo ello habría que estudiar el efecto de la noradrenalina). Él lleva un diario donde va registrando esta lenta mejoría a lo largo de diez años, y al cabo es capaz de decir que ya no sabe quién es el maestro y quién el alumno en este proceso de mutua recuperación… (EL CEREBRO: NUESTRO UNIVERSO INTERNO, narrado por Suzuki, visto en ValeTV un domingo en la mañana, Discovery Productions, NHK-NHK Creative, 1994.)
El amor no atiende a reglas. El amor nos trabaja según sus propias razones, y estar en sus manos es un privilegio. El tipo (objeto del amor), la tipa (verdugo, obsesa delirante, ay del que tenga más de una, mucho necesitaba amor para hacerle entender algo) son instrumentos, un pretexto. Pero qué raros son los afortunados que se entregan voluntariamente en sacrificio.

3B